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Si existe un lugar tranquilo en esta tranquila comarca de esta tranquila provincia de Almería en la que se mantiene aún el difícil matrimonio entre el progreso y la intemporalidad, éste es el pueblo de Benitagla, que, encaramado en la Sierra de los Filabres, ostenta un curioso título, el de ser el único pueblo de España (es un decir: habrá otros, aunque no muchos) sin un solo bar, descontado el club de la Tercera Edad.


Benitagla, blanca y de teja, pequeña y bella desde las alturas de alrededor, agachada tras el bancal si observada desde atrás, sugiere la recuperación de otros tiempos y de otras formas y ritmos de vida, paradigma de un cierto vivir alejado del mundanal ruido que transporta por sus rincones la imaginación a tiempos lejanos en los que (al igual que hoy) el árbol de la plaza era el centro neurálgico de contacto humano, como lo sería en época morisca, tal vez, cuando entre todos los habitantes del pueblo, entre todos, no había un solo cristiano viejo y hasta el cura que ofrecía la misa llegaba de fuera.